Hace un par de noches, hablando con M. Embid, se nos ocurrió que
podríamos convertir en realidad algo que veníamos comentando desde hacía algunas
semanas: una visita nocturna al Park Güell. La idea surgió durante la grabación
del programa radiofónico donde ella colabora (Los Misterios Nos Miran), en el que yo hablaba de Antoni Gaudí (adjunto enlace al audio
de la entrevista al final del post) y “La
sombra de Gaudí” (mi segunda novela, de próxima publicación). Debo confesar
que para mí en principio no era algo nuevo, pues en el transcurso de la escritura
del libro, el año pasado, realicé este tipo de incursiones a horas
intempestivas en numerosas ocasiones, aprovechando que vivía muy cerca y con el
objeto de empaparme del espíritu creativo del gran arquitecto, cosa que durante
el día es imposible por la gran afluencia de turistas. Pero si os digo la
verdad, fue una noche muy especial, distinta, que no se pareció en nada a las
anteriores pasadas en el recinto. Su compañía hizo que la magia del
lugar penetrara en mí de otra forma, y pasamos una noche fascinante, ella, yo
y… Antoni Gaudí.
Texto: Alex Guerra Terra
Fotos y grabaciones: Alex Guerra y M. Embid
Música: Azam Ali - In Other Worlds
Texto: Alex Guerra Terra
Fotos y grabaciones: Alex Guerra y M. Embid
Música: Azam Ali - In Other Worlds
M. es una buscadora, y según sus propias palabras
(en un artículo que publicó en el blog de Los Misterios Nos Miran, cuyo enlace
adjunto también al final de este post), “por lo
general, los inquietos de espíritu necesitamos salir a buscar, pero no por el
morbo y la adrenalina que se puede sentir en lugares alejados y solitarios
durante la noche, me refiero a la búsqueda de algo más profundo, y estos
lugares hacen resurgir cosas de nuestro interior. Sólo es cuestión de probar.” Estas palabras la
definen perfectamente, y por eso me entenderéis si os digo que compartir la
experiencia con ella, fue algo diferente a las anteriores. Por lo tanto, aunque
no haya sido mi primera vez, sí ha sido quizá, la más especial. Y ahora, sin
más preámbulos, os contaré nuestra pequeña travesía, que comenzó en el momento
que llegamos al montecito que rodea el parque, muy oscuro a esas horas (nos
pertrechamos con una buena linterna para la ocasión), atravesándolo para
adentrarnos al parque por uno de sus portones traseros, lo cual confiere un
aire más “misterioso” a la visita. Recuerdo las primeras veces que tuve que
atravesarlo a oscuras, que me perdía entre tanto camino laberíntico, una
encrucijada de senderos que se bifurcan constantemente, y que uno debe ir
aprendiendo a saber elegir, equivocándose una y otra vez, como en la vida
misma…
Una vez dentro del
parque, elegimos como punto de partida el turó
de les menes, o de las tres cruces (o las dos cruces -¿taus masónicas?- y
la flecha de sagitario que señala al cielo), una especie de talayot menorquín trasladado a Cataluña.
Me pareció un lugar idóneo para comenzar a absorber la magia del lugar, con
toda Barcelona a nuestros pies, sus luces nocturnas, y el reflejo de las mismas
en las nubes (esa noche estaba encapotado por lo que las luces se reflejaban en
el cielo, que lucía un extraño tono rojizo, más negro en noches despejadas,
cuando el reflejo de la luna en el agua es sencillamente impresionante). La
soledad en su máxima expresión, pero rodeadas del lejano bullicio urbano, que
se puede sentir, sin llegar a estorbar la paz del momento. Y qué bueno que se
puede sentir, pues cuando estábamos en un silencio total, intentando captar con
un pequeño aparato, la voz de alguien que pudiera estar acompañándonos, tañeron
las campanadas de una catedral. No supimos de cuál catedral venían. Si la del
Mar, la de Barcelona, o la de la Sagrada Familia… Pero se escuchó muy claro:
las campanadas de las once, y luego, más cortas, las de las once y media. Eso
nos despertó del ensueño, y decidimos bajar y seguir nuestro recorrido. Mientras
descendíamos, comentamos la existencia de las cuevas y minas debajo del talayot, donde en la época de su
construcción (1902) se hallaron restos de animales prehistóricos, como tortugas
y ciervos del Pleistoceno. Esta casualidad, sirvió a Güell y compañía, para
promocionar el sitio como un lugar especial, con una historia y una energía muy
peculiar. Actualmente, el acceso a las cuevas está cerrado por seguridad, por
peligro de derrumbamiento (y no para ocultar algún tipo de carácter hermético,
con, tal vez, una sala para la realización de ritos masónicos, como he oído
decir). Pero cada uno es libre de informar lo que crea cierto. Nos reímos de
ello, rompiendo el silencio.
En el camino hacia
abajo, hacia uno de los viaductos, nos percatamos que no estábamos solas: el
ulular de los búhos y lechuzas llegó a nuestros oídos (por alguna razón arriba,
en el talayot, no los escuchábamos).
También el aleteo de algunos murciélagos. Incluso un gato. No recuerdo si era
negro, estaba muy oscuro, pero hay muchos gatos negros en ese parque, que te
miran fijamente y hasta te persiguen, lo que en las entrañas de la noche,
impone bastante. Nos sentíamos, sin embargo, impregnadas de una paz profunda
que nos ayudó a no sentir ningún tipo de temor. Y esos sonidos típicos de la
nocturnidad nos trasladó casi como al interior de una fantasía, donde duendes,
hadas y gnomos podían salir a nuestro paso en cualquier instante, en esa
negrura que nos abrazó súbitamente, ya lejos de las luces de Barcelona. De
hecho M., tuvo una leve visión en esa pendiente, que aún no sabemos qué
habrá podido significar… A veces es tan fácil pasarlo bien... Llegamos al
viaducto, y nos pareció un sitio ideal donde sentarnos un rato bajo sus
torcidas columnas que imitan troncos y una techumbre mucho más sólida de lo que
parece, con pequeñas rocas que uno no se explica cómo se sostienen con el
correr de los decenios. Los búhos, extrañamente, callaron… como si hubieran
preferido hacerlo ante nuestra intrusiva presencia. No están acostumbrados a la
compañía humana nocturna. Allí también encendimos la grabadora, pero por alguna
razón que desconocemos, un ataque de risa se apoderó de nosotras, sin poder
hacer nada por evitarlo… si alguien había allí, para dejar su voz en el aparato,
sin duda era alguien con muy buen sentido del humor.
Después de unos quince minutos sentadas bajo ese
maravilloso escenario arquitectónico robado a la naturaleza, nos encaminamos a
nuestra siguiente parada: la plaza o explanada griega, con su impresionante
banco ondulado, trabajo en trencadís
de Josep María Jujol, colaborador de Gaudí, y uno de los miradores más
magníficos del parque. Nuevamente la ciudad se abrió a nuestros pies en todo su
esplendor, sin mostrar sus miserias, esa realidad que en la actualidad cada día
más puebla las calles… pero no queríamos pensar en ello en esos momentos, un
pensamiento triste pasó volando sobre nuestras cabezas, pero lo dejamos ir,
para poder disfrutar. No era ocasión de romper el encanto. Desde allí, la vista
es abrumadora, sólo faltaba la luna, reflejándose en el mar, pero aún así, se
veía hermoso, con esos colores tan extraños, entre morado y rojizo, que había
adquirido nuestro cielo. Tomamos algunas fotografías, recorrimos la explanada
vacía (increíble verla así), sorteando los charcos que se habían llenado de
agua con las lloviznas de días pasados, y recordamos las fiestas que allí se
celebraban (como las de las flores), en época de Gaudí, y a donde, ya entonces,
acudían miles de personas. Cuesta imaginar que el proyecto de urbanización (el
objetivo original del sitio), haya fracasado, por ser, en aquella época, un
lugar muy alejado del centro urbano.
De allí, bajamos a la llamada sala hipóstila, o sala
de las cien columnas (que no son cien, sino ochenta y seis, ya que donde se
encuentran los catorce rosetones más pequeños, no se hallan las columnas que
allí deberían estar). El techo luce además cuatro plafones o rosetas, o
rosetones bellísimos, de trencadís,
que representan las cuatro estaciones del año. En la sala hipóstila lo primero
que llama la atención es la acústica. Hasta el más leve murmullo encuentra su
eco al otro lado del espacio sembrado de estas preciosas columnas estriadas de
capiteles dóricos y revestimiento de trencadís
en su base. A esa hora, debido al silencio reinante, uno tiende a hablar en voz
muy baja, y es fácil comprobar al entrar a este lugar, esta acústica tan
especial. Es por ello, el lugar preferido de los músicos que durante el día
acuden al parque a tocar para los visitantes. Un espectáculo que personalmente,
aún a pesar de la gran cantidad de gente, me fascina. Escuchar un músico
interpretando algún clásico (los hay muy buenos) en ese escenario, es una
experiencia única y maravillosa. En la noche, no obstante, disfrutamos del
sonido del agua… la música natural del relajante goteo que cae de forma
incesante, de una fuente de agua mineral que en el pasado Eusebi Güell
comercializó embotellada. Además debajo, se encuentra la cisterna, donde se
recoge el agua de las lluvias desde la plaza griega (encima de la sala
hipóstila), que baja por las columnas dóricas, las cuales son huecas… una
genialidad. Y un lugar único para volver a encender nuestra grabadora… con
buenos resultados.
Ya siendo casi la una de la madrugada, y mientras
tomábamos algunas fotografías de la escalinata de entrada desde las columnas a
la tenue luz amarillenta de las farolas, que le confieren al ambiente un
aspecto muy bucólico, recordamos a un buen amigo en común, un alquimista, que
en el programa que originó el paseo, también nos acompañaba. ¿Por qué le
recordamos? Porque ante nosotras, desde donde estábamos, destacaba en primer
plano un elemento alquímico por excelencia, del que nos habló nuestro amigo en
el estudio de radio, aquel día en Sant Andreu de Llavaneres: el horno de fusión
llamado atanor. Elemento, dicho sea de paso, que sirvió para tejer una vez más,
historias sobre la relación de Gaudí con sociedades secretas, esta vez,
alquímicas. Es cierto que tanto sus abuelos como su padre eran expertos en el trabajo
de los metales y cristales, demostrando así una tradición familiar de
caldereros, que son el máximo escalón entre los alquimistas, y que él mismo era
también un experto en el manejo de estas materias. Pero no hay pruebas de que
su familia, ni él, trabajaran con fórmulas propiamente alquímicas, y el horno
de fusión es un instrumento que seguramente existía en el taller de su padre,
el Mas de la Calderera, en Riudoms, si no igual, al menos parecido.
Después de tomadas unas cuantas panorámicas desde
arriba, comenzamos a bajar la escalinata de entrada para encontrarnos con la
salamandra, o dragón de trencadís.
Objeto de deseo de todos los turistas durante el día, que no quieren volver a sus tierras de origen sin un retrato
con el famoso dragón gaudiniano, nos sentimos dichosas de poder disfrutar de él
para nosotras solas… como una sensación de exclusividad, que en este caso
particular, no se trataba de simple ego, o codicia, sino de una sensación de
poder disfrutar de algo, o alguien, de una manera más… profunda, que sólo la
calma de la soledad puede proporcionar. Sentimos que el animal nos hablaba… nos
quería decir algo… ojalá entendiéramos al menos un leve susurro, algo más allá
del que provoca el agua al salir de sus fauces; así podríamos tal vez, aclarar
el significado que Gaudí le concedió. Sufrió varias interpretaciones, desde estudiosos
chinos que afirmaron que es un dragón y que su cola es el banco ondulante,
hasta algunos que dijeron que se trata de un cocodrilo como el del escudo
calvinista de Nimes. La interpretación hermética se basa en que es una figura
estática de dorso sinuoso que sugiere movimiento, entre el horno de fusión o
atanor hasta la serpiente, y que obra de separación de las partes fijas y
volátiles del metal. Podría ser también la pitón vencida por Apolo,
encerrado en el templo de Delfos (la sala hipóstila con sus columnas dóricas es
clara) donde quedó de guardián de las aguas subterráneas (la cisterna debajo de
la sala hipóstila), y de hecho, la boca del reptil hace de desagüe de estas
aguas.
De repente nuestra atención se desvió hacia la
entrada. Un hombre, un trabajador de “Parques y Jardines”, se asomó desde fuera
del portón (que contrariamente a la norma, continuaba abierto), para decirnos
que iba a cerrarlo, que nos diéramos prisa. Era la una de la madrugada… y aún
nos quedaba mucho camino por recorrer: la casa del maestro, donde vivió casi 20
años, los pabellones de entrada, la cochera, y los otros viaductos... Teníamos
para una hora más al menos… pero las cosas suceden por algo. Así nos lo
planteamos, y aunque no deseábamos retirarnos, nos pareció que el hecho de que
justo en ese momento de cierre nos encontráramos tan cerca del portón, en el
campo visual del trabajador, era una señal, que nos advertía que quizá debíamos
salir. Le tomé a M. una última foto con la salamandra, y corrimos hacia la
puerta. Allí, entablamos una fugaz conversación con el simpático hombre, quien
nos advirtió de la peligrosidad de andar solas por esos lares y a esas horas, y
nos asustó un poco contándonos algunas anécdotas vividas por él en primera
persona, durante su trabajo nocturno por los parques de la ciudad. A pesar de
haber hecho ese recorrido varias veces, yo particularmente nunca tuve ningún
problema, y sólo me había encontrado con la presencia, incómoda pero
inofensiva, de un voyeur… Pero la verdad, después de hablar con ese hombre,
comentamos con M. la conveniencia, para una próxima vez (que seguro la
habrá), de ir en un grupo mayor, o con algún elemento masculino. A pesar del
mal sabor que nos dejó el no poder visitar lo que nos quedaba, dimos gracias
por esa señal, que interpretamos como advertencia, si no para esa, para otra
ocasión.
El Park Güell es el
trabajo más paisajístico del artista, y el más completo, donde se engloba el
total de sus intereses. Desde arquitectura a ingeniería, urbanismo, paisajismo,
jardinería, despliegue de técnicas constructivas y un notable apartado
naturalista, sin olvidar la vertiente privada y familiar vivida en su casa del
parque, por un tiempo muy prolongado, casi veinte años. Es tal vez por eso que
el pensamiento de Gaudí late por todos los rincones en el Park Güell, y curiosamente
concentra muchos de los animales y signos de características míticas y de gran
simbolismo, que se han utilizado para afirmar su relación con la masonería, la
alquimia, los rosacruces o los templarios. Pero como sea, lo que no puede
negarse, es que es un lugar impregnado de magia y fantasía. Un lugar, al que
uno no se cansa de volver una y otra vez, pues en cada ocasión, descubre algo
nuevo, algo que no había visto la vez anterior, ni la otra, ni la otra… Esta
vez, ese “algo”, fue una pequeña oquedad en la parte superior izquierda de la
columna antropomorfa del viaducto, la única con forma de mujer, sea una lavandera,
una esfinge griega, o una divinidad minoica, da igual. No la vimos en el
momento, pero si luego al revisar las fotografías: aparecía un cuerpecillo
minúsculo enrollado cerca de la cabeza de la dama… ¿Un murciélago? ¿Una paloma?
Por el color, lo segundo, pero no entendíamos cómo estaba “suspendida” en una
roca, hasta que descubrimos la existencia de ese oquedad. Tantas veces que pasé
por ahí, y jamás la había visto. Por eso, he de volver, y seguir descubriendo.
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Música para acompañar la lectura: Azam Ali - "In Other Worlds" (Elysium for the Brave)
Hubiese pagado por acompañaros!
ResponderEliminarHola Isabel, disculpa no te respondí antes... llevo unos días liada, y no había visto tu comentario... pues si vienes a Barcelona, te prometo que si quieres, vamos una noche. Y por supuesto no has de pagar nada!! Jaja, con un café, me conformo ;)
EliminarEstoy ENAMORADA DEL PARQUE GUELL
ResponderEliminarESTOY ENAMORADA DE GAUDI......
TENGO LA SUERTE DE VIVIR HACE 39 AÑOS al lado de el parque..
Mis hijos iban al colehio que esta dentro del parque....
Por lo cual..cada dia tenia que atravesar el parque a las 9 y a kas cinco de la tarde.
Esa fue una etapa anterior.
De momento sigo vivuendo en el musmo lugar...
Y llevo a mis cuatro nietos...
Siempre descubro algo nuevo..algo diferente...es un placer y un privilegio.
Cuando voy sola...disfruto de los musicos en vibo y en directo...
Y tambien de las pinturas que se exponen
SIEMPRE DESCUBRIRE NUEVAS COSAS. SENSACIONES..POR QUE ES ""MAGICO "
ESTOY ENAMORADA DE KA VUA.
Gracias por compartir tus sentimientos, yo también estoy enamorada de ese lugar, pero de día pierde un poco su encanto. Fuimos vecinas durante un tiempo, estuve casi dos años viviendo muy cerquita del parque, a 5 minutos atravesando el monte, por la parte de atrás. Un saludo.
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