martes, 9 de abril de 2013

Park Güell: Una noche mágica

Hace un par de noches, hablando con M. Embid, se nos ocurrió que podríamos convertir en realidad algo que veníamos comentando desde hacía algunas semanas: una visita nocturna al Park Güell. La idea surgió durante la grabación del programa radiofónico donde ella colabora (Los Misterios Nos Miran), en el que yo hablaba de Antoni Gaudí (adjunto enlace al audio de la entrevista al final del post) y “La sombra de Gaudí” (mi segunda novela, de próxima publicación). Debo confesar que para mí en principio no era algo nuevo, pues en el transcurso de la escritura del libro, el año pasado, realicé este tipo de incursiones a horas intempestivas en numerosas ocasiones, aprovechando que vivía muy cerca y con el objeto de empaparme del espíritu creativo del gran arquitecto, cosa que durante el día es imposible por la gran afluencia de turistas. Pero si os digo la verdad, fue una noche muy especial, distinta, que no se pareció en nada a las anteriores pasadas en el recinto. Su compañía hizo que la magia del lugar penetrara en mí de otra forma, y pasamos una noche fascinante, ella, yo y… Antoni Gaudí.
Texto: Alex Guerra Terra
Fotos y grabaciones: Alex Guerra y M. Embid
Música: Azam Ali - In Other Worlds



M. es una buscadora, y según sus propias palabras (en un artículo que publicó en el blog de Los Misterios Nos Miran, cuyo enlace adjunto también al final de este post), “por lo general, los inquietos de espíritu necesitamos salir a buscar, pero no por el morbo y la adrenalina que se puede sentir en lugares alejados y solitarios durante la noche, me refiero a la búsqueda de algo más profundo, y estos lugares hacen resurgir cosas de nuestro interior. Sólo es cuestión de probar.” Estas palabras la definen perfectamente, y por eso me entenderéis si os digo que compartir la experiencia con ella, fue algo diferente a las anteriores. Por lo tanto, aunque no haya sido mi primera vez, sí ha sido quizá, la más especial. Y ahora, sin más preámbulos, os contaré nuestra pequeña travesía, que comenzó en el momento que llegamos al montecito que rodea el parque, muy oscuro a esas horas (nos pertrechamos con una buena linterna para la ocasión), atravesándolo para adentrarnos al parque por uno de sus portones traseros, lo cual confiere un aire más “misterioso” a la visita. Recuerdo las primeras veces que tuve que atravesarlo a oscuras, que me perdía entre tanto camino laberíntico, una encrucijada de senderos que se bifurcan constantemente, y que uno debe ir aprendiendo a saber elegir, equivocándose una y otra vez, como en la vida misma…
Una vez dentro del parque, elegimos como punto de partida el turó de les menes, o de las tres cruces (o las dos cruces -¿taus masónicas?- y la flecha de sagitario que señala al cielo), una especie de talayot menorquín trasladado a Cataluña. Me pareció un lugar idóneo para comenzar a absorber la magia del lugar, con toda Barcelona a nuestros pies, sus luces nocturnas, y el reflejo de las mismas en las nubes (esa noche estaba encapotado por lo que las luces se reflejaban en el cielo, que lucía un extraño tono rojizo, más negro en noches despejadas, cuando el reflejo de la luna en el agua es sencillamente impresionante). La soledad en su máxima expresión, pero rodeadas del lejano bullicio urbano, que se puede sentir, sin llegar a estorbar la paz del momento. Y qué bueno que se puede sentir, pues cuando estábamos en un silencio total, intentando captar con un pequeño aparato, la voz de alguien que pudiera estar acompañándonos, tañeron las campanadas de una catedral. No supimos de cuál catedral venían. Si la del Mar, la de Barcelona, o la de la Sagrada Familia… Pero se escuchó muy claro: las campanadas de las once, y luego, más cortas, las de las once y media. Eso nos despertó del ensueño, y decidimos bajar y seguir nuestro recorrido. Mientras descendíamos, comentamos la existencia de las cuevas y minas debajo del talayot, donde en la época de su construcción (1902) se hallaron restos de animales prehistóricos, como tortugas y ciervos del Pleistoceno. Esta casualidad, sirvió a Güell y compañía, para promocionar el sitio como un lugar especial, con una historia y una energía muy peculiar. Actualmente, el acceso a las cuevas está cerrado por seguridad, por peligro de derrumbamiento (y no para ocultar algún tipo de carácter hermético, con, tal vez, una sala para la realización de ritos masónicos, como he oído decir). Pero cada uno es libre de informar lo que crea cierto. Nos reímos de ello, rompiendo el silencio.
En el camino hacia abajo, hacia uno de los viaductos, nos percatamos que no estábamos solas: el ulular de los búhos y lechuzas llegó a nuestros oídos (por alguna razón arriba, en el talayot, no los escuchábamos). También el aleteo de algunos murciélagos. Incluso un gato. No recuerdo si era negro, estaba muy oscuro, pero hay muchos gatos negros en ese parque, que te miran fijamente y hasta te persiguen, lo que en las entrañas de la noche, impone bastante. Nos sentíamos, sin embargo, impregnadas de una paz profunda que nos ayudó a no sentir ningún tipo de temor. Y esos sonidos típicos de la nocturnidad nos trasladó casi como al interior de una fantasía, donde duendes, hadas y gnomos podían salir a nuestro paso en cualquier instante, en esa negrura que nos abrazó súbitamente, ya lejos de las luces de Barcelona. De hecho M., tuvo una leve visión en esa pendiente, que aún no sabemos qué habrá podido significar… A veces es tan fácil pasarlo bien... Llegamos al viaducto, y nos pareció un sitio ideal donde sentarnos un rato bajo sus torcidas columnas que imitan troncos y una techumbre mucho más sólida de lo que parece, con pequeñas rocas que uno no se explica cómo se sostienen con el correr de los decenios. Los búhos, extrañamente, callaron… como si hubieran preferido hacerlo ante nuestra intrusiva presencia. No están acostumbrados a la compañía humana nocturna. Allí también encendimos la grabadora, pero por alguna razón que desconocemos, un ataque de risa se apoderó de nosotras, sin poder hacer nada por evitarlo… si alguien había allí, para dejar su voz en el aparato, sin duda era alguien con muy buen sentido del humor.
Después de unos quince minutos sentadas bajo ese maravilloso escenario arquitectónico robado a la naturaleza, nos encaminamos a nuestra siguiente parada: la plaza o explanada griega, con su impresionante banco ondulado, trabajo en trencadís de Josep María Jujol, colaborador de Gaudí, y uno de los miradores más magníficos del parque. Nuevamente la ciudad se abrió a nuestros pies en todo su esplendor, sin mostrar sus miserias, esa realidad que en la actualidad cada día más puebla las calles… pero no queríamos pensar en ello en esos momentos, un pensamiento triste pasó volando sobre nuestras cabezas, pero lo dejamos ir, para poder disfrutar. No era ocasión de romper el encanto. Desde allí, la vista es abrumadora, sólo faltaba la luna, reflejándose en el mar, pero aún así, se veía hermoso, con esos colores tan extraños, entre morado y rojizo, que había adquirido nuestro cielo. Tomamos algunas fotografías, recorrimos la explanada vacía (increíble verla así), sorteando los charcos que se habían llenado de agua con las lloviznas de días pasados, y recordamos las fiestas que allí se celebraban (como las de las flores), en época de Gaudí, y a donde, ya entonces, acudían miles de personas. Cuesta imaginar que el proyecto de urbanización (el objetivo original del sitio), haya fracasado, por ser, en aquella época, un lugar muy alejado del centro urbano.
De allí, bajamos a la llamada sala hipóstila, o sala de las cien columnas (que no son cien, sino ochenta y seis, ya que donde se encuentran los catorce rosetones más pequeños, no se hallan las columnas que allí deberían estar). El techo luce además cuatro plafones o rosetas, o rosetones bellísimos, de trencadís, que representan las cuatro estaciones del año. En la sala hipóstila lo primero que llama la atención es la acústica. Hasta el más leve murmullo encuentra su eco al otro lado del espacio sembrado de estas preciosas columnas estriadas de capiteles dóricos y revestimiento de trencadís en su base. A esa hora, debido al silencio reinante, uno tiende a hablar en voz muy baja, y es fácil comprobar al entrar a este lugar, esta acústica tan especial. Es por ello, el lugar preferido de los músicos que durante el día acuden al parque a tocar para los visitantes. Un espectáculo que personalmente, aún a pesar de la gran cantidad de gente, me fascina. Escuchar un músico interpretando algún clásico (los hay muy buenos) en ese escenario, es una experiencia única y maravillosa. En la noche, no obstante, disfrutamos del sonido del agua… la música natural del relajante goteo que cae de forma incesante, de una fuente de agua mineral que en el pasado Eusebi Güell comercializó embotellada. Además debajo, se encuentra la cisterna, donde se recoge el agua de las lluvias desde la plaza griega (encima de la sala hipóstila), que baja por las columnas dóricas, las cuales son huecas… una genialidad. Y un lugar único para volver a encender nuestra grabadora… con buenos resultados.
Ya siendo casi la una de la madrugada, y mientras tomábamos algunas fotografías de la escalinata de entrada desde las columnas a la tenue luz amarillenta de las farolas, que le confieren al ambiente un aspecto muy bucólico, recordamos a un buen amigo en común, un alquimista, que en el programa que originó el paseo, también nos acompañaba. ¿Por qué le recordamos? Porque ante nosotras, desde donde estábamos, destacaba en primer plano un elemento alquímico por excelencia, del que nos habló nuestro amigo en el estudio de radio, aquel día en Sant Andreu de Llavaneres: el horno de fusión llamado atanor. Elemento, dicho sea de paso, que sirvió para tejer una vez más, historias sobre la relación de Gaudí con sociedades secretas, esta vez, alquímicas. Es cierto que tanto sus abuelos como su padre eran expertos en el trabajo de los metales y cristales, demostrando así una tradición familiar de caldereros, que son el máximo escalón entre los alquimistas, y que él mismo era también un experto en el manejo de estas materias. Pero no hay pruebas de que su familia, ni él, trabajaran con fórmulas propiamente alquímicas, y el horno de fusión es un instrumento que seguramente existía en el taller de su padre, el Mas de la Calderera, en Riudoms, si no igual, al menos parecido. 
Después de tomadas unas cuantas panorámicas desde arriba, comenzamos a bajar la escalinata de entrada para encontrarnos con la salamandra, o dragón de trencadís. Objeto de deseo de todos los turistas durante el día, que no quieren  volver a sus tierras de origen sin un retrato con el famoso dragón gaudiniano, nos sentimos dichosas de poder disfrutar de él para nosotras solas… como una sensación de exclusividad, que en este caso particular, no se trataba de simple ego, o codicia, sino de una sensación de poder disfrutar de algo, o alguien, de una manera más… profunda, que sólo la calma de la soledad puede proporcionar. Sentimos que el animal nos hablaba… nos quería decir algo… ojalá entendiéramos al menos un leve susurro, algo más allá del que provoca el agua al salir de sus fauces; así podríamos tal vez, aclarar el significado que Gaudí le concedió. Sufrió varias interpretaciones, desde estudiosos chinos que afirmaron que es un dragón y que su cola es el banco ondulante, hasta algunos que dijeron que se trata de un cocodrilo como el del escudo calvinista de Nimes. La interpretación hermética se basa en que es una figura estática de dorso sinuoso que sugiere movimiento, entre el horno de fusión o atanor hasta la serpiente, y que obra de separación de las partes fijas y volátiles del metal. Podría ser también la pitón vencida por Apolo, encerrado en el templo de Delfos (la sala hipóstila con sus columnas dóricas es clara) donde quedó de guardián de las aguas subterráneas (la cisterna debajo de la sala hipóstila), y de hecho, la boca del reptil hace de desagüe de estas aguas. 
De repente nuestra atención se desvió hacia la entrada. Un hombre, un trabajador de “Parques y Jardines”, se asomó desde fuera del portón (que contrariamente a la norma, continuaba abierto), para decirnos que iba a cerrarlo, que nos diéramos prisa. Era la una de la madrugada… y aún nos quedaba mucho camino por recorrer: la casa del maestro, donde vivió casi 20 años, los pabellones de entrada, la cochera, y los otros viaductos... Teníamos para una hora más al menos… pero las cosas suceden por algo. Así nos lo planteamos, y aunque no deseábamos retirarnos, nos pareció que el hecho de que justo en ese momento de cierre nos encontráramos tan cerca del portón, en el campo visual del trabajador, era una señal, que nos advertía que quizá debíamos salir. Le tomé a M. una última foto con la salamandra, y corrimos hacia la puerta. Allí, entablamos una fugaz conversación con el simpático hombre, quien nos advirtió de la peligrosidad de andar solas por esos lares y a esas horas, y nos asustó un poco contándonos algunas anécdotas vividas por él en primera persona, durante su trabajo nocturno por los parques de la ciudad. A pesar de haber hecho ese recorrido varias veces, yo particularmente nunca tuve ningún problema, y sólo me había encontrado con la presencia, incómoda pero inofensiva, de un voyeur… Pero la verdad, después de hablar con ese hombre, comentamos con M. la conveniencia, para una próxima vez (que seguro la habrá), de ir en un grupo mayor, o con algún elemento masculino. A pesar del mal sabor que nos dejó el no poder visitar lo que nos quedaba, dimos gracias por esa señal, que interpretamos como advertencia, si no para esa, para otra ocasión.
El Park Güell es el trabajo más paisajístico del artista, y el más completo, donde se engloba el total de sus intereses. Desde arquitectura a ingeniería, urbanismo, paisajismo, jardinería, despliegue de técnicas constructivas y un notable apartado naturalista, sin olvidar la vertiente privada y familiar vivida en su casa del parque, por un tiempo muy prolongado, casi veinte años. Es tal vez por eso que el pensamiento de Gaudí late por todos los rincones en el Park Güell, y curiosamente concentra muchos de los animales y signos de características míticas y de gran simbolismo, que se han utilizado para afirmar su relación con la masonería, la alquimia, los rosacruces o los templarios. Pero como sea, lo que no puede negarse, es que es un lugar impregnado de magia y fantasía. Un lugar, al que uno no se cansa de volver una y otra vez, pues en cada ocasión, descubre algo nuevo, algo que no había visto la vez anterior, ni la otra, ni la otra… Esta vez, ese “algo”, fue una pequeña oquedad en la parte superior izquierda de la columna antropomorfa del viaducto, la única con forma de mujer, sea una lavandera, una esfinge griega, o una divinidad minoica, da igual. No la vimos en el momento, pero si luego al revisar las fotografías: aparecía un cuerpecillo minúsculo enrollado cerca de la cabeza de la dama… ¿Un murciélago? ¿Una paloma? Por el color, lo segundo, pero no entendíamos cómo estaba “suspendida” en una roca, hasta que descubrimos la existencia de ese oquedad. Tantas veces que pasé por ahí, y jamás la había visto. Por eso, he de volver, y seguir descubriendo.
Enlaces relacionados:
Música para acompañar la lectura: Azam Ali - "In Other Worlds" (Elysium for the Brave)
Audios con posibles psicofonías en Sala Hipóstila: Audio1 - Audio2

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Hola Isabel, disculpa no te respondí antes... llevo unos días liada, y no había visto tu comentario... pues si vienes a Barcelona, te prometo que si quieres, vamos una noche. Y por supuesto no has de pagar nada!! Jaja, con un café, me conformo ;)

      Eliminar
  2. Estoy ENAMORADA DEL PARQUE GUELL

    ESTOY ENAMORADA DE GAUDI......

    TENGO LA SUERTE DE VIVIR HACE 39 AÑOS al lado de el parque..

    Mis hijos iban al colehio que esta dentro del parque....
    Por lo cual..cada dia tenia que atravesar el parque a las 9 y a kas cinco de la tarde.

    Esa fue una etapa anterior.

    De momento sigo vivuendo en el musmo lugar...
    Y llevo a mis cuatro nietos...
    Siempre descubro algo nuevo..algo diferente...es un placer y un privilegio.

    Cuando voy sola...disfruto de los musicos en vibo y en directo...
    Y tambien de las pinturas que se exponen

    SIEMPRE DESCUBRIRE NUEVAS COSAS. SENSACIONES..POR QUE ES ""MAGICO "

    ESTOY ENAMORADA DE KA VUA.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por compartir tus sentimientos, yo también estoy enamorada de ese lugar, pero de día pierde un poco su encanto. Fuimos vecinas durante un tiempo, estuve casi dos años viviendo muy cerquita del parque, a 5 minutos atravesando el monte, por la parte de atrás. Un saludo.

      Eliminar