Después de la increíble velada transcurrida el viernes 27
de junio en los jardines de la Torre Bellesguard, con copa de cava y concierto
de guitarra clásica a la intemperie y con la luz del sol apagándose sobre las
pizarras de los muros de la casa, volvimos esta vez durante la mañana, casi
mediodía, para realizar una visita al interior de la casa. Columnas redondeadas
y agujereadas que dejan pasar la luz natural hacia el interior, cerámicas con motivos
naturales, hermosas vidrieras multicolores, infinitas paredes revestidas de
yeso y de un impecable blanco e incluso una alegre fuente, no dejan lugar a
dudas sobre el estilo inconfundiblemente gaudiniano del interior, que nos
recibe con la autenticidad que ofrece un lugar todavía no tan contaminado por
un turismo de masas como en otras obras del gran arquitecto. Es sorprendente
cómo algunas de las pequeñas ventanas del exterior dejan entrar tanta luz
(logro debido a la orientación), y cómo en
ningún momento se pierde el espíritu catalán de la casa, con detalles en
hierro forjado de la leyenda de Sant Jordi repartidos por toda la entrada
(único mobiliario original que ha sobrevivido a las quemas para dar calor en la
época de la guerra civil), y un balcón de princesa, por ejemplo. Como la vez
anterior, esta fui invitada nuevamente por los propietarios y habitantes de la
casa, la familia Guilera, y acudí acompañada de mi amiga Irene López Sanz, autora de
las fotos que ilustran esta pequeña crónica.
En la visita guiada tan sólo se puede acceder a la
entrada, a la sala de fumadores, al ático (por el que se sube por unas
estrechísimas escaleras de unos 135 peldaños, aunque no recuerdo el número
exacto), y al sótano donde se encontraban las caballerizas, ya que en los otros
dos pisos, la antaño zona noble, vive la familia Guilera desde hace más de 70
años, por lo que hay que subir por las escaleras hasta llegar al desván, que está a medio construir debido al repentino
corte del presupuesto. La familia Figueras consideraba que la casa ya estaba
terminada, si bien Gaudí seguía con las obras. El ático es para mí lo más
destacable, todo hecho de ladrillos, y fue pensado como sala de música, siempre
y cuando no quisieran tocar el piano, y es que habría que ver quién era el
valiente que lograba subirlo por la estrecha escalera. Al no tener eco (aunque
sí buena acústica), debido a los peculiares arcos del techo, que sirvieron de
prueba para futuras construcciones, es una sala ideal para escuchar música. Si
buscamos bien, encontraremos marcas de
lápiz, tiza y restos de yeso, material con el que se iba a recubrir las
columnas y arcos. Incluso en este desván o ático a medio terminar hay elementos
que dotan de identidad propia a la casa, pues la lámpara de hierro forjado representa
una corona al revés, en honor al rey Martín I. Antes de bajar al sótano, solo
queda ver el techo, que con sus pasillos y ventanas vuelve a reiterar la
leyenda de Sant Jordi, representando al dragón
atravesado por la lanza, que es el pináculo de la casa rematado por la
cruz gaudiniana. Desde aquí tenemos unas geniales vistas a toda la ciudad de
Barcelona, Montjuic, el mar y el Tibidabo.
La visita a la
casa concluye, como hemos dicho antes, en el sótano, antiguas
caballerizas, que sirvieron como pequeño orfanato durante la guerra civil (la
casa no conserva muebles ya que se quemaron en aquella época para calentar a
los refugiados), como sala de operaciones más tarde, cuando la casa fue
convertida en hospital, y actualmente contiene una exposición de fotografías en
3D del interior de la casa, así como la tienda con múltiples objetos
gaudinianos. La casa está rodeada por
un exuberante jardín, donde seguimos encontrando detalles del arquitecto,
como por ejemplo los bancos “mágicos”. Dos bancos decorados en trencadís que
bordean una fuente con forma de ojo, presentan una acanaladura que permite
canalizar el agua sobrante en caso de lluvia, pero además, dos agujeros en sus
extremos que producen un curioso fenómeno acústico. Incluso fuera de la finca
hay elementos de Gaudí, con los arcos pata de elefante, tan característicos del
Park Güell, sosteniendo a la propia calle Bellesguard, para poder expandir el
terreno unos pocos metros más. Así, la torre Bellesguard o casa Figueras es
toda una sorpresa para quien visita Barcelona y quiere seguir descubriendo
tesoros del modernismo, pues posee todo el genio de Gaudí, sin la molesta
cantidad de turistas que abarrotan otras obras más céntricas, pudiendo disfrutar de la casa y del jardín
como si viviéramos en ella, aunque tan sólo sea por unos minutos.
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