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Barricada con tranvía en el barrio de Gràcia. Foto: Brangulí |
El Estado Español acababa de perder sus colonias de Cuba y Filipinas (1898) y
los negocios nacidos en ellas se extinguían, trayendo de vuelta a casa a
emigrantes arruinados y dejando a miles de obreros en la calle. En Cataluña se
reclutaban indiscriminadamente soldados para la cruda guerra de Marruecos (el 11 de julio Antonio Maura, ministro de
guerra del gobierno, decide enviar a la zona del Rif más de 40.000 reservistas,
muchos de ellos catalanes y padres de familia), dejando familias enteras sin un
pan que llevarse a la boca, en la total indigencia. Las clases populares, cada vez más anticlericales,
antimilitaristas y antiespañolas, mostraban un creciente descontento
general. Los movimientos sociales
nacidos el siglo anterior, y que habían dado lugar a la Ilustración y a la
Revolución Francesa, habían dejado un sustrato de pensamiento liberal que
comenzaría a florecer lentamente en España, pero los privilegios de las
libertades alcanzadas continuaban en manos de unos pocos oligarcas, cuyo
aparente proteccionismo hacia las clases obreras no era más que un mero
paternalismo. Para la oligarquía catalana, la colaboración parecía ser más
fructífera que la confrontación. Los proletarios y los obreros estaban desesperados.
Las tensiones entre republicanos, conservadores, catalanistas, españolistas y
anarquistas se tornaron un caldo de cultivo entre tantos descontentos.
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Barricadas de las calles de Barcelona durante la Semana Trágica de julio de 1909 |
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Iglesia quemada y destruida. Foto: Biblioteca Pavelló de la República Archivo de Casa de América |
Es en este marco que el
26 de julio de 1909 se forma el Movimiento
o Comité de Huelga y se inicia una huelga general espontánea (encabezada
por la organización sindicalista Solidaridad
Obrera y por el Partido Radical
de Alejandro Lerroux) en Barcelona contra la guerra de Marruecos y las
miserables condiciones de trabajo, extendiéndose a otras localidades del
Principado. A primeras horas del día los piquetes
comenzaron a exhortar a los obreros a no ir a trabajar, unos 250
metalúrgicos de la Hispano-Suiza se distribuyeron por el barrio de las
Drassanes, y la huelga se expandió rápidamente hacia los barrios de Poblenou,
Sant Martí, Gràcia, Sant Andreu, Les Corts y Sants. Por orden del gobernador
civil de Barcelona, Ángel Osorio Gallardo, la guardia civil sale a la calle y
los diarios son clausurados. Los piquetes tienen enfrentamientos con los
trabajadores del tranvía y otros, que acuden a trabajar, y comienzan a cerrar
las tiendas y almacenes que habían abierto. Al mediodía, ya se proclama la ley marcial (decisión que permitía la
disposición de las tropas del Ejército, con 1.500 soldados y oficiales, 600
caballos y 12 piezas de artillería, y de la policía, con 700 guardias civiles,
800 guardias de seguridad, además de guardias municipales y urbanos).
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La más conocida imagen de la Barcelona de julio de 1909, con varios edificios religiosos quemándose. Vista desde Montjuic |
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Foto: Biblioteca Pavelló de la República. Archivo Casa de América |
Alrededor de las 3 de la
tarde se proclama el estado de guerra. Los insurrectos atacan comisarías para
liberar algunos detenidos, pero en las contiendas mueres y resultan heridos
muchos de ellos y también autoridades. Fuera
de Barcelona el lugar de máxima tensión fue Sabadell, donde la huelga fue
transformándose en rebelión y se extendió hacia Terrassa, Mataró, Granollers,
Badalona, Sant Feliu de Llobregat, Sitges, Vilanova i la Geltrú, y otros. Sobre
todo en Barcelona, la huelga se
convirtió en revuelta organizada e imprevisible persecución religiosa, ya que
la institución eclesiástica fue vista como protectora de la oligarquía y por
tanto, del régimen establecido. Edificios religiosos quemados, sacerdotes
asesinados y cadáveres de monjas
de clausura profanados de sus tumbas exhibidos con horror en macabras danzas
por las calles de Barcelona, para luego ser abandonados o depositados en
algunos frente a las casas del marqués
de Comillas y el conde Güell
(representantes de la oligarquía catalana), fueron la lúgubre tónica de esa
semana de julio.
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Barricadas de Barcelona 1909. Foto: Instituto Municipal de Historia |
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Cuerpo de monja momificado. Foto: Biblioteca Pavelló de la República Archivo Casa de América |
En la calle del Carmen
procesiones de miles de insurrectos arrastraban decenas de cadáveres de monjas profanados, y con ellos, sacudiéndolos
grotescamente, desarticulando sus rígidos y quebradizos miembros, bailaban
eufóricos una danza macabra hasta las Ramblas. Algunos cadáveres, como hemos
dicho, fueron depositados frente a las casas del marqués de Comillas y del
conde Güell. Como la revuelta se transforma en todo tipo de acciones contra la
iglesia, que es considerada un símbolo del régimen establecido (por ejemplo, la
educación es impartida mayoritariamente en escuelas controladas por la iglesia,
donde se inculca a los jóvenes valores contrarios a la causa obrera, y en los
hospitales se brinda una atención denigrante a los obreros), se queman edificios religiosos
(alrededor de 80 en Barcelona), y se saquean
iglesias. Se comenta que el saqueo de los nichos de monjas y profanación de
sus cadáveres, fue provocada en un principio por la búsqueda de riqueza y de
señales de torturas en las más jóvenes, debido a la creencia popular de que las
monjas jóvenes vivían en cautiverio y eran víctimas de maltratos por parte de
las monjas más adultas. Después, entusiasmadas en la euforia del momento, será
que saldrán arrastrando los cadáveres momificados a las calles del Carmen y
Roig (el Raval) hasta las barricadas, donde un grupo de hombres los toman y
bailan una macabra procesión con ellos, seguidos por miles de personas.
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Diversas imágenes que muestran la profanación de tumbas. Fotos: Biblioteca Pavelló de la República. Archivo Casa de América |
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Profanación de cadáveres. Foto: Instituto Municipal de Historia |
El panorama era desolador. Las parroquias y conventos
humeaban su lamento negro de entre los escombros
y cenizas, y las calles regadas de barricadas
eran patrulladas por soldados que dirigían sus armas a posibles
francotiradores apostados en los terrados. Pero la desconfianza era tal, que
los propios soldados eran a su vez seguidos
por guardias civiles a caballo
que apuntaban sus fusiles hacia ellos. La verdad es que no se sabía a ciencia
cierta quien era el enemigo a afrontar. En el Raval los amotinados estaban más exaltados
que en otros barrios. Las autoridades eran incapaces de reprimir la revuelta, e
incluso algunos oficiales de seguridad
y policías municipales se habían unido
a los rebeldes y colaboraban en la quema de conventos. Por supuesto, el Movimiento o Comité de Huelga tampoco
había conseguido controlar a los obreros, y la insurrección se desbordaba. La
iglesia de Sant Pau del Camp estaba completamente en ruinas, su silueta
carbonizada aún humeante. Las barricadas cerraban el paso a la calle Hospital y
muchos otros puntos de a ciudad.
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Quema y destrucción de iglesias, escuelas religiosas y conventos, que contaron 80 en Barcelona |
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Barricada en la calle Ros de Olano del barrio de Gràcia Foto: Archivo de Historia de la Ciutat de Barcelona |
La revuelta dejó más de 80 edificios religiosos completamente
quemados y destruidos (14 iglesias, 33 escuelas y 33 conventos), 80 personas
muertas y centenares de heridos. Además, la represión contra el obrerismo se tornó muy arbitraria y dura, se
cerraron las escuelas laicas y los centros obreros, y se prohibieron sus
publicaciones. Fueron detenidas 2.500 personas, 175 de ellas desterradas, 59
condenadas a cadena perpetua, y 5 condenadas a pena de muerte, de las que
destacan dos: un muchacho deficiente
mental que participó en la danza con los cadáveres de las momias de las monjas
profanadas, y el pedagogo Francesc
Ferrer a pesar de que no habían pruebas de su participación en la
insurrección. En realidad, Ferrer había sido el fundador de la escuela moderna (1901), un centro de enseñanza laico
y mixto, que tenía como objetivo “educar a la clase trabajadora de una manera
racional, secular y no coercitiva”. Por supuesto, apoyaba la causa del
movimiento popular. Conocida como la Semana
Trágica, dejaba en evidencia la ineficacia
de los partidos políticos, la falta de escrúpulos de la burguesía
catalana y el carácter revolucionario del pueblo.
Bibliografía básica
Connelly Ullman, J. La Semana Trágica. Ediciones B (2009)
Domínguez Álvarez, Alexia. La Setmana Tràgica de Barcelona, 1909. Cossetània (2009)
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